Lastres con masa gris

Los taxis vuelan y los Uber se camuflan en la pantalla de mi iPhone, miro la oscuridad del cielo y las gotas me confirman que volver a casa se va a complicar. Levanto mi cuello y me dispongo a caminar.
Mi cabeza repleta de problemas del primer mundo, comienza a deslizarse ladera abajo por la pista negra. Pienso en pretérito imperfecto, condicional, pasado o futuro poco simple. Voy tomando las esquinas y el GPS de mis pies ni me habla, solo busca la inclinación de la calle que lleve más directamente a mi hogar. Por el camino me cruzo con adolescentes, treintañeros, maduros, y algún barrendero, la mayoría con las caras iluminadas o cigarro en boca o ambos.
Repaso mi semana, mi día, mi noche, las ideas son tracas que encienden otras y configuran jugadas de Pinball, llevándome a sensaciones añejas o escondidas. Mi cerebro se vuelve denso y pesado, entro en error 34…. Y …. Piiiii… un coche me pita antes de casi atropellarme, porque cruzaba un semáforo en rojo para peatones.
Recupero mi introspección realizando casi un Excel amoroso, con variables y orden de datos, por simpatía, por cuerpo, por afinidad, por posibilidades, y vuelvo a recordar a Julia, a Rosa, a la camarera del Limbo, a mi vecina del piso de verano de Benalmádena… Porque mi madre siempre ha dicho que quiere una mujer limpia, y mis amigos hablaban que mi ex de la facultad tenía pocas tetas… y mi cerebro crece golpeando la pared interna del cráneo, o eso o la resaca ha llegado antes de la cuenta.
Ya, ya he llegado, empapado, cansado, cojo el ascensor, intento frenar las pulsaciones, la meta ha quedado atrás, giro las llaves con lentitud y entro de puntillas, no quiero despertar a Noelia.